¿Por qué los adultos ya no decimos “¿Quieres ser mi amigo?”
Dicen que la adultez comienza cuando el “¡Qué lindo perrito!” que le dices al vecino se transforma en un frío “¿Quién firmó el acta?” en la reunión de consorcio. Parece que mientras más crecemos, más compleja se vuelve la tarea de conectar con otros. Pero, ¿es la vida adulta el fin de la espontaneidad en las relaciones? Antes de que corras a abrazar a tu perro como único amigo, déjame decirte que no tiene que ser así.
Hacer amigos de adulto es posible, aunque requiere tres cosas que solemos evitar: esfuerzo, vulnerabilidad y paciencia. Aquí viene una dosis de verdad: la amistad en la adultez no es automática, pero, irónicamente, es más valiosa que nunca.
La paradoja del “Hola, ¿quieres ser mi amigo?”
Cuando somos niños, el patio de juegos es un paraíso social. Bastaba con un “hola” y un intercambio de figuritas para consolidar una amistad. Sin embargo, en la adultez nos encontramos atrapados entre dos fuerzas opuestas: por un lado, necesitamos a la gente; por otro, les tememos. El temor al rechazo, la vergüenza y la idea errónea de que deberíamos ser interesantes para gustar a otros crean lo que los psicólogos llaman “la brecha del agrado”: asumimos que caeremos mal, cuando la realidad suele ser exactamente la contraria.
Por ejemplo, ¿recuerdas la última vez que quisiste acercarte a alguien nuevo? Tal vez en una reunión del trabajo, en el gimnasio o incluso en el parque con tu perro. Esa vocecita interna seguramente te susurró algo como: “¿Qué tal si piensan que soy aburrido o raro?”. Pero la verdad es que, la mayoría de las veces, los demás tienen las mismas dudas. Lo que nos separa no es la falta de interés, sino ese miedo silencioso que todos compartimos.
Las cuatro llaves para abrir puertas cerradas
Según la psicología moderna, estas son las claves para construir amistades adultas:
Interésate por los demás. La gente no busca al más carismático o brillante, sino al que les haga sentir valorados. Pregunta, escucha y demuestra que su compañía te importa. Por ejemplo, si un compañero de trabajo menciona que le gusta la jardinería, pregúntale por su planta favorita o compártele una foto de tu intento de cuidar un cactus (aunque haya sido un desastre). Mostrar interés sincero genera un puente emocional inmediato.
Proximidad y repetición. De niños compartimos espacio y tiempo con nuestros amigos: el recreo, las clases, los cumpleaños. De adultos, estas interacciones espontáneas se reducen. Si deseas cultivar una amistad, frecuenta los mismos lugares y aprovecha las oportunidades de encuentro. ¿Tienes un vecino que siempre riega sus plantas al mismo tiempo que tú sales al balcón? Ese pequeño ritual compartido puede ser el inicio de una gran conversación, si te atreves a decir “hola”.
Atrévete a ser vulnerable. Compartir miedos, inseguridades o incluso un mal día genera confianza. No necesitas ser perfecto; de hecho, mostrarte humano crea un puente emocional que la perfección no puede cruzar. Un ejemplo: si estás en un curso nuevo y te sientes perdido con las instrucciones, admitirlo puede invitar a los demás a compartir sus propias dudas. Esa honestidad genera un terreno común donde todos se sienten más cómodos.
Supera la evitación encubierta. Deja el teléfono. La conexión auténtica requiere presencia. No hay amistad que pueda florecer si estás mirando tu pantalla más que a la persona frente a ti. Un buen ejercicio es comprometerte a no usar tu celular en reuniones sociales. Descubrirás que incluso las pausas incómodas son mejores que la desconexión digital.
La amistad como un espejo emocional
Nuestras conexiones moldean quiénes somos. Si nuestras amistades del pasado fueron saludables, tendemos a confiar más en los demás. Pero si cargamos con heridas de rechazo, proyectamos esas inseguridades en nuevas relaciones.
Aquí viene el reto: aunque el miedo al rechazo sea real, el mayor riesgo está en privarnos de la riqueza de una amistad profunda. Por ejemplo, si un amigo te comparte algo que lo avergüenza y tú le demuestras que no cambia en absoluto cómo lo ves, no solo le ayudas a sentirse aceptado; también fortaleces ese lazo con una confianza mutua que difícilmente se romperá.
Ejercicio práctico: “La rueda de la conexión”
Desde la mirada del coaching ontológico, el lenguaje que usamos con nosotros mismos y con los demás tiene un poder transformador. Te invito a hacer este ejercicio:
- Dibuja una rueda. Divide un círculo en cinco segmentos y escribe en cada uno: Familia, Compañeros, Vecinos, Actividades/Hobbies y Desconocidos.
- Evalúa tus conexiones actuales. En cada segmento, escribe los nombres de las personas con las que tienes un vínculo significativo. Nota si hay segmentos vacíos o poco llenos.
- Declara tu intención. Escoge un segmento que quieras fortalecer. Por ejemplo: “Quiero conocer mejor a mis vecinos”.
- Diseña una acción. ¿Qué puedes hacer esta semana para avanzar en esa conexión? Puede ser algo tan simple como saludar al vecino con una sonrisa, invitar a un colega a tomar un café o participar en una actividad grupal de tu interés.
- Reflexiona. Al final de la semana, anota cómo te sentiste y si hubo algún cambio en tu percepción de esa relación o de ti mismo.
La idea no es llenar la rueda de nombres rápidamente, sino observar cómo el acto consciente de conectar te transforma. En coaching ontológico, “la acción comprometida crea realidades nuevas”.
Un regalo para valientes
Hacer amigos de adulto no es una cuestión de suerte, sino de intención. La próxima vez que te encuentres en un evento, en el gimnasio o incluso en la fila del supermercado, recuerda que todos estamos buscando lo mismo: conexión. El mundo no está lleno de desconocidos, sino de potenciales aliados.
Y si dudas, recuerda este euforismo: “El único fracaso verdadero es no intentarlo. No hay amistades fallidas, solo lecciones de humanidad”. Al final, las relaciones que construyas serán tu mayor legado emocional. Así que suelta el miedo, abre tu corazón y dile al mundo: “Hola, ¿quieres ser mi amigo?”. Puede que te sorprendas de la respuesta.
Why Don’t Adults Say, “Do You Want to Be My Friend?” Anymore?
They say adulthood begins when the “What a cute puppy!” you tell your neighbor turns into a cold “Who signed the minutes?” at the condo meeting. It seems that the older we get, the more complicated it becomes to connect with others. But is adulthood the end of spontaneity in relationships? Before you run off to hug your dog as your only friend, let me tell you—it doesn’t have to be this way.
Making friends as an adult is possible, but it requires three things we often avoid: effort, vulnerability, and patience. Here comes a truth bomb: adult friendships aren’t automatic, but ironically, they’re more valuable than ever.
The Paradox of “Hi, Do You Want to Be My Friend?”
As kids, the playground was a social paradise. A simple “hi” or trading stickers could seal a friendship. In adulthood, however, we find ourselves caught between two opposing forces: on one hand, we need people; on the other, we fear them. Fear of rejection, embarrassment, and the mistaken belief that we need to be interesting to be liked create what psychologists call the “liking gap”: we assume others won’t like us, even though reality often says otherwise.
For instance, think about the last time you wanted to approach someone new—maybe at a work meeting, the gym, or even the park with your dog. That little voice inside likely whispered something like, “What if they think I’m boring or weird?” The truth is, most people have the same doubts. What separates us isn’t a lack of interest but the silent fear we all share.
The Four Keys to Opening Closed Doors
Modern psychology offers these keys to building adult friendships:
Show genuine interest in others. People don’t seek the most charismatic or brilliant; they seek those who make them feel valued. Ask questions, listen, and show you care about their company. For example, if a coworker mentions they love gardening, ask about their favorite plant or share a photo of your failed cactus experiment. Genuine interest builds an instant emotional bridge.
Proximity and repetition. As kids, we shared space and time with our friends—recess, classes, birthdays. As adults, spontaneous interactions dwindle. If you want to nurture a friendship, frequent the same places and take advantage of opportunities to meet. Have a neighbor who always waters their plants while you’re on the balcony? That shared routine could spark a great conversation—if you’re brave enough to say “hi.”
Dare to be vulnerable. Sharing fears, insecurities, or even a bad day builds trust. You don’t need to be perfect; in fact, showing your humanity creates an emotional connection perfection cannot. For example, if you’re lost in a new class, admitting it might encourage others to share their own doubts. This honesty creates common ground where everyone feels more at ease.
Overcome disguised avoidance. Put down the phone. Authentic connection requires presence. No friendship can flourish if you spend more time looking at a screen than at the person in front of you. A helpful exercise is to commit to not using your phone during social gatherings. You’ll find that even awkward pauses are better than digital disconnection.
Friendship as an Emotional Mirror
Our connections shape who we are. If past friendships were healthy, we tend to trust others more. But if we carry wounds of rejection, we project those insecurities onto new relationships.
Here’s the challenge: while the fear of rejection is real, the bigger risk lies in depriving ourselves of the richness of deep friendship. For instance, if a friend shares something embarrassing and you show it doesn’t change how you see them, you not only help them feel accepted but also strengthen your bond with mutual trust.
Practical Exercise: “The Connection Wheel”
From a coaching perspective, the language we use with ourselves and others has transformative power. Try this exercise:
- Draw a wheel. Divide a circle into five segments and label them: Family, Coworkers, Neighbors, Hobbies/Activities, and Strangers.
- Evaluate your current connections. Write the names of people you have significant bonds with in each segment. Notice if some segments are empty or underfilled.
- Set your intention. Choose a segment you’d like to strengthen. For example: “I want to get to know my neighbors better.”
- Design an action. What can you do this week to enhance that connection? It could be as simple as greeting a neighbor with a smile, inviting a coworker for coffee, or joining a group activity you’re interested in.
- Reflect. At the end of the week, note how you felt and whether your perception of that relationship—or yourself—has shifted.
The goal isn’t to quickly fill the wheel with names but to observe how conscious acts of connection transform you. In ontological coaching, “committed action creates new realities.”
A Gift for the Brave
Making friends as an adult isn’t about luck—it’s about intention. The next time you find yourself at an event, the gym, or even in the grocery store line, remember that everyone is looking for the same thing: connection. The world isn’t full of strangers—it’s full of potential allies.
And if you hesitate, remember this saying: “The only true failure is not trying. There are no failed friendships, only lessons in humanity.” In the end, the relationships you build will be your greatest emotional legacy. So let go of fear, open your heart, and tell the world, “Hi, do you want to be my friend?” You might be surprised by the response.
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